jueves, 19 de enero de 2012

Nancy Cunard

He sido pródiga, lasciva, alocada, atrevida
 y he amado con manos codiciosas e impúdicos ojos [...]
pero ahora soy vieja
y estoy enferma y mal –me contento con el descontento–
soportando el malestar y los reveses
con la cabeza hundida y el corazón aún agitado...


 Una de las más grandes musas del siglo XX y por derecho propio una gran poetisa, periodista, editora y activista en favor de la igualdad entre negros y blancos a la vez que feroz crítica del imperialismo y por ende del capitalismo. Ahí es nada.




Para Nancy Cunard, hija de la alta sociedad británica, una vida de lujos y privilegios no era una opción: renunció a su alta cuna y vivió en París, publicando sus primeros poemas de juventud y relacionándose con escritores como Hemingway, Ezra Pound o Pablo Neruda entre muchos otros. Se sumergió en las vanguardias artísticas de esos años  como el Modernismo, Surrealismo y Dadaísmo.


 Tenía la creencia de que la sagrada misión del arte es cambiar la historia, y se sintió comprometida a exponer los falsos sueños y  valores vacíos de las clases dominantes que tan bien conocía.


Su personal estilo de lucir grandes brazaletes desde las muñecas hasta los codos, grandes anillos y collares de madera, hueso o marfil le venía de su preferencia por el arte africano, nada convencional para la época, lo que atraía todas las miradas y levantaba grandes polémicas considerándola una excéntrica (años más tarde, en 1931, la casa joyera Boucheron creó sus propias joyas inspirándose en la artesanía africana).
 Pero ella siempre huyó de ser definida por su glamour y repudiaba su mera imagen de sirena anhelando una más significativa identidad.


Sus amigos y conocidos la describían en términos de una mítica, casi mística, sexualidad y de un voraz apetito por la bebida. Entre sus amantes figuran Tristan Tzara, Aldous Huxley, Louis Aragon. Fue musa de Brancusi, Hemingway, Pound, Man Ray, William Carlos Williams y T. S. Elliott.





Se enamoró de un pianista de jazz negro en París con el que tuvo una relación duradera, razón por la que fue desheredada por su madre.


Fue una tenaz defensora de los derechos civiles de los afroamericanos, así como luchadora contra el fascismo que amenazaba Europa escribiendo apasionados artículos contra las embestidas de Franco en la Guerra Civil Española.


A medida que iba envejeciendo y su otrora renombrada belleza desvaneciéndose fue viéndose condenada al ostracismo y al olvido, cosa que no le hizo, ni por un instante, desistir en su defensa de lo que creía justo.



"En nuestra cultura, mujeres de todas las razas y clases que dan un paso más allá del papel que se espera de ellas, resistiéndose a las normas convencionales para el comportamiento femenino, son retratadas como locas, fuera de control, desviadas o dementes. 
Esas representaciones de la mujer "loca" excitan a la vez que reconfortan. Excluídas, capturadas en un circo de furiosas representaciones, la seria rebelión cultural de esas mujeres es denigrada, trivializada y se convierte en motivo de burla. 
Es frustrante, desquiciante incluso, vivir en una cultura donde la creatividad y el genio de la mujer son casi siempre retratados como inherentemente imperfectos, peligrosos y problemáticos".
                                 (Renata Morresi, profesora de literatura y poesía, Univ. Macerata, Italia)







Las ciudades de Gilles Tran

Gilles Tran es un artista digital que usa imágenes en 3D. Su sitio web The Book of Beginnings contiene imágenes, a veces inquietantes, con textos inacabados.

Cathedral

Jungle

Sofia suburbs

The long wait

The Gate

Indifference


A veces se deja tentar por atmósferas del pasado, como en ésta recreación del viejo París en su otro sitio web Oyonale:



Otras veces muestra ciudades imaginarias, futuristas y con ciertas resonancias distópicas:

































martes, 22 de noviembre de 2011

Esa mirada



Primera lectura:

- No, no pega...se nota que no es italiano.
- Y eso por qué.
- Es...esa caída de ojos - dice viendo Rocco y sus Hermanos -es absolutamente francesa, puedes encontrar un italiano con las facciones, la estructura ósea tan simétrica como la del Sr. Delon pero sólo un francés tiene esa caída de ojos...o...más exactamente esa caída de pupila, así... a mitad del globo ocular.

Así era mi amiga, un personaje de peregrinas ideas.

Segunda lectura:

es una Obra Maestra.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

El Rostro


No se podría decir que la mujer es fea, en realidad es ...guapetona. Pero es una belleza rara, extrañamente fascinante: una proporción absolutamente simétrica de su cara, dotada de unos soberbios pómulos situados a cada lado de su naricita de botón y unos dientes perfectamente tallados anclados a una poderosa mandíbula...sí, es un punto inquietante. Y esa mirada de loca seductriz... Pocos rostros denotan tanta personalidad como el suyo y nunca una osamenta facial reclamó tanto`sex appeal´.


No podía con esa dotación fisionómica menos que interpretar a malas, malísimas y malotas, véanse sus inolvidables papeles de Milady en Los tres mosqueteros, de Joan Crawford en Queridísima mamá o  de Bonnie Parker en Bonnie and Clyde.

Milady en Los tres mosqueteros de Richard Lester (1973)

La implacable Joan Crawford en Queridísima mamá de Frank Perry (1981)


Bonnie Parker según Hollywood y Arthur Penn (1967)

Merece por tanto figurar en el Olimpo de las más pérfidas del celuloide, a pesar de su memorable interpretación de la sufrida Evelyn en la Chinatown de Polanski.

Evelyn Mulwray en Chinatown (1974)



Phi Dunaway o la divina proporción.






domingo, 17 de julio de 2011

Mundo Turista





Copio aquí un artículo del blog del antropólogo Manuel Delgado:


LA BURBUJA TURÍSTICA
Manuel Delgado


Por encima de todo, al turista le preocupa no dejar nunca de ver «lo que hay que ver», esos puntos de las guías turísticas, comentados con todo tipo de adjetivos admirativos y que no pueden ser soslayados so pena de un implacable sentimiento de culpa. El turista es casi lo contrario del viajero, puesto que es víctima de un «efecto túnel»: desplazamiento de punto a punto, sin atención por los lugares intermedios o no previamente marcados como «a visitar». El turista nunca espera en realidad nada nuevo, nada distinto de lo que han visto en las fotografías exhibidas en los libros o las revistas de viajes, en las postales enviadas por algún pariente, en los vídeos de los amigos, en los documentales de la televisión o en las películas de ficción. Ha llegado hasta ahí sólo para confirmar que todo lo que le fue mostrado como en sueños existe de veras. 
El turismo radicaliza la lógica del llamado tiempo libre o de ocio, por mucho que ese tiempo libre se consagre en su totalidad en hacer que deje de serlo lo más rápidamente posible. El tiempo libre es esa totalidad abstracta que se extiende del otro lado del tiempo de trabajo. Lo conforman actividades que una ficción supone disociadas de las obligatorias según el lugar que cada cual ocupa en el organigrama de la sociedad. En el seno de esta esfera de tiempo libre, imaginada como autónoma e independiente, cada persona debe tratar de satisfacer lo que vive como sus auténticas necesidades afectivas e intelectuales, aquéllas que la rutina impide realizar en el día a día. De un lado el conjunto de papeles y responsabilidades que asumimos en nuestra vida cotidiana, las obligaciones, nuestros «compromisos ineludibles».  Del otro, un tiempo para la reflexión, para ser por fin quiénes somos, para estar «con los nuestros», para calibrar nuestra ubicación en el mundo e incluso para abandonarse a un cierto balance existencial. 
Prometiendo cumplir esas promesas el turismo teje una trama social alternativa y paralela, propociona una puesta a distancia respecto de lo social ordinario, permite una escapada momentánea hacia un paraíso provisional, sin conflictos, sin contradicciones, sin paradojas. Una burbuja ideal, un escenario preparado para colmar los deseos y en el que uno podrá estar al mismo tiempo lejos y como en casa. Dosis controlada de utopía, paréntesis en que regenerarse del desgaste provocado por todos esos compromisos que, de regreso, cada cual habrá de reasumir. Ahora bien, no nos engañemos, ese territorio presuntamente liberado no tiene nada de autónomo, ni obedece a una lógica propia. Existe en función –y como función– de ese mismo mundo social que dice negar. En cuanto a sus contenidos –dónde ir, cómo ir, qué ver–, son sutilmente impuestos a los individuos –entendidos como consumidores de su propio tiempo libre– por medio de estímulos publicitarios, dependientes a su vez de intereses económicos y políticos perfectamente reconocibles.
El hecho turístico se inscribe dentro de una sociedad que valora la movilidad espacial, el desplazamiento, como algo de lo que depende la realización personal. Cada invididuo se valora y es valorado en gran medida en función de cantidad y excepcionalidad de los sitios en qué ha estado, es decir de su cuenta personal de países y ciudades de los que puede decir: «los conozco». Por otro lado, el turismo funciona ante todo como un uso cualificado del tiempo de ocio, y es específico de una sociedad definida por el culto a la producción y por la mercantilización de lo temporal, así como por la dicotomía brutal entre tiempo productivo y tiempo no productivo. La realidad vivida tiende cada vez más a cronificarse: ese tupido entramado de horarios, turnos, agendas, plazos, etc., que se colocan bajo el despotismo de los ritmos sincronizados y los procesos calculables, que obedecen a la lógica implacable de los calendarios y los relojes. El tiempo es dividido así en grandes bloques pautados y planificables de los que no es posible escapar, en los que no cabe pretexto alguno para el «tiempo muerto». Ese tiempo que se supone concebido para la expansión y el crecimiento personal está hoy fuertemente mediatizado no sólo por las consignas derivadas de la publicidad y por los imperativos del consumo de masas, sino también por las instituciones que organizan y fiscalizan nuestras vidas, que las instalan en espacios físicos y temporales perfectamente delimitados y controlados de los que se prohibe apartarse.
Pero, lejos de percibir esa realidad atroz, el turista ama el engaño en que se sumerge. Busca, y a veces cree encontrar, esa unidad que la vida moderna ha sacrificado en el altar de los intereses y las razones materialistas, todo lo asociable con lo auténtico, lo profundo, lo perenne, en un mundo dominado por lo falso, lo banal, lo efímero. El turista es un peregrino en pos de lo esencial y duradero, alguien que juega a convertirse en un nuevo buscador del Grial y que, de la mano de los operadores turísticos y las agencias de viaje, puede entrar en contacto, ver con sus propios ojos, incluso tocar, cosas de las que ha oído hablar, pero que nunca había visto hasta entonces y que ahora se presentan ante él en toda su grandeza: la Cultura, el Arte, la Historia, la Naturaleza..., todo lo que la vida cotidiana le niega o le hurta. Ha llegado a su Eldorado y ahí, ante sí, encuentra lo que ni existe, ni ha existido, ni existirá jamás: un mundo quieto, fuera del tiempo, inmutable, una Verdad luminosa a la que se le puede perdonar todo, incluso que sea mentira.








sábado, 26 de marzo de 2011

Detour



Dirigida por Edgar G. Ulmer en 1945 es un clásico de "culto" del cine negro. En su momento tuvo buenas críticas y más tarde, en los años sesenta y setenta se consideraría una película de serie B que valía la pena ver. Aún siendo serie B tuvo éxito cuando se estrenó y a lo largo del tiempo se ha ido revalorizando hasta alcanzar la cima en la que perdura.



Un crítico actual la define así:
"Ésta película de ínfimo presupuesto, filmada en seis días, llena de errores técnicos y narración torpe, protagonizada por un hombre que sólo sabe poner mala cara y una mujer que sólo sabe burlarse, debería haber desaparecido al poco de estrenarse. Y todavía  se mantiene inquietante y espeluznante, una personificación del alma culpable del cine negro. Nadie que la haya visto puede olvidarla fácilmente . 
Es una obra maestra en su género. Ha habido cientos de  películas mejores , pero ninguna con la sensación de perdición retratada por... Ulmer." 









Por si eso fuera poco añadiré que el personaje que interpreta Ann Savage es de antología, una perfecta combinación de maldad y desidia, y ella es una de las pocas actrices de serie B que merecen un lugar en la historia universal del cine. Cuando ésta femme fatale aparece por primera vez, en su primer fotograma, una sensación de inquietud empieza a recorrerte el cuerpo y te dices uy, algo no va bien, parece que hay un giro en la trama, y sí,  Detour significa eso, "desvío". A partir de ahí es un viaje.